¿Qué pasa con las cosas que no contamos? ¿Alguna vez se hacen historia? ¿Alguien sabe la historia del cazador de La Caperucita Roja? Es como en las películas de desastres naturales en las que el protagonista tiene una mascota que en algún momento pierde interés y dejamos de ver. Todo aquello que no se dice o se calla es una historia que se puede ir leyendo en aquella que se cuenta.
Dejándonos de teorías, algo así pasa en El corazón y la botella de Oliver Jeffers. La protagonista es una niña curiosa, con ganas de comerse el mundo. Un hombre la acompaña en ese camino y comparten el placer de descubrir. Hasta que, nos cuenta el libro, la niña descubre un sillón vacío.
De aquí en adelante la historia nos habla desde el silencio. No nos dice qué ha pasado, no nos habla, y pone en acción una metáfora, que desde la adultez inmediatamente podemos reconocer; la niña crece y decide poner su corazón en una botella para asegurarlo.
Y decimos: ¡esta es una historia para adultos! Pero también para niños. A nosotros todo nos parece evidente, distinguimos las emociones y las nombramos. Decimos: tiene pena y para sobrevivir no quiere volver a sentir. Sin embargo, llenar el espacio en blanco puede hacer que un niño o una niña exprese y reconozca aquello que siente, lo que le pasa. Como un espejo o como si el libro hablara por él o ella, en esta historia un niño (y como no, un adulto) se puede reconocer.
La misma protagonista lo descubre cuando una niña le da la clave para liberarse de la botella. Así, la ilustración nos vuelve a mostrar todo aquello que le llama la atención.
Este es un libro aconsejable si queremos hablar con un niño sobre la muerte de un ser querido, de la pena o de emociones de las que no hemos tenido el tiempo para compartir.