Esta es una historia que me pasó hace algunos años pero conversando con una amiga, me contaba esto mismo y yo le decía: lo sé, lo he vivido, ¡qué angustia! Así que quise escribirla porque me imagino que no somos a las dos únicas mamás que les pasa esto sino que muchas!
Esto es algo que me pasó un domingo cualquiera, en un lugar donde los niños y niñas se reúnen para jugar: la plaza. La verdad es que no me pasó a mí, porque fue algo que le pasó a mi hija, pero me dejó mal, me afectó, me dejó enojada y con ganas de haber hecho algo más que quedarme callada.
Mi hija Emma es muy dulce y su prioridad en la vida es tener amigos. Donde vaya, siempre se hace un mejor amigo o amiga. Es generosa – jamás ha negado un juguete, los comparte todos -, y siempre le he enseñado que hay que incluir a todos en el grupo. Pues ese domingo, estábamos en la plaza. Ella jugaba, y yo estaba sentada frente a ella mirándola. Después se fue corriendo a los columpios, mientras dos niñas jugaban cerca de ella con una pelota. Mi hija se iba acercando de a poco, hasta que los últimos metros los corrió eufórica para unirse al grupo de la pelota, pero las dos niñas la vieron y se fueron corriendo mientras se reían y una le gritaba: la pelota es mía.
Yo miraba esto desde lejos, y sentí una angustia horrible al ver cómo mi hija se quedaba sola y que las otras niñas no tuvieron ni un interés en integrar a una más al grupo de la pelota, que ya de por sí es un juego grupal.
Y rabia me dio que la mamá de una de esas niñas estuviera ahí mirando la situación, sin ser capaz de decirle a su hija que jugara con otra niña, que era mejor jugar en grupo, que podía compartir, que podían jugar juntas.
Entiendo que hay niños y niñas muy intensos con los que uno no quiere jugar, algunos molestosos, otros muy tímidos o mandones que terminan aburriendo, pero también hay niños que sencillamente no quieren darse ese espacio para incluir a otros niños. Ya sea porque son los dueños de los juguetes, porque les gusta ser el líder del grupo o alguna razón que hasta el momento desconozco.
Mi conclusión de ese día es que una, como mamá – o papá -, que tiene que ayudar a los hijos a dar y recibir amistad, a enseñarle a sus hijos para que acompañen a los que les cuesta mucho hacerse amigos, a ser niño simpáticos, buenos amigos, hospitalarios, generosos y empáticos.
Debiésemos enseñarles que si un niño se acerca a jugar – y no a quitarle los juguetes – es bueno que jueguen con ese par. Que integren, que compartan.
Y en eso estoy con mi hija, aunque a veces uno no entienda que no todos piensan o actúan igual, pero siento que esa es la única manera con la que le enseñaré a ser una persona que empatiza y piensa en el otro. Por suerte ella tiene la gran ventaja de saber olvidarse de las cosas… yo en cambio, años después me sigo acordando de esta historia, esperando de todo corazón que no tenga que pasar por cosas así de nuevo.
2 comentarios
Mi hijo es de los que huye cuando va otro niño o niña corriendo a jugar con él. Toma sus juguetes y huye, no porque no quiera incluirlos sino porque está en proceso de aprender cómo hacerlo. Mi hijo es autista y le teme a los seres humanos de su edad.
Cuando leí tu comentario comprendí el punto y se que no haces referencia al caso que te estoy exponiendo. Pero creo que también es importante detenernos un momento y pensar qué puede estar pasando del otro lado. Para nosotros, como familia, las plazas son un desafío y estamos algo agotados de tener que excusarnos porque nuestro hijo no juega con quien lo busca. Aún así seguimos llenos pues es parte fundamental de su terapia.
Saludos 🙂
Claro, pero es justamente de lo que hablo. Papás y mamás empatizando y que se entiendan. Si me miran con cara de «pucha» yo entiendo que hay algo más que está pasando y está bien. Pero cuando uno ve a mamás o papás viendo cómo su hijo no deja que otro se integre, o tratándolos mal o algo de este tipo, y se nota que les da lo mismo, es como…. eyyy!!
Mucho ánimo con las idas a la plaza! <3
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