Amara llegó a mi vida hace casi 6 años y desde el primer día ha sido mi hija: dormimos juntas, es ultra regalona, alegre y juguetona. Ella no es una “mascota”, es mi niña linda, y por más loco que le pueda parecer a ciertas personas, estoy orgullosa de la relación que tenemos y de que ocupe el lugar que merece como parte fundamental de una familia que la ama, respeta y cuida a diario.
Dado este contexto, durante el embarazo pensé mucho en lo que pasaría cuando llegara la «guagua», ya que si bien, sabía que era buena con los niños, imaginaba que quizás los celos podían cambiarla y reaccionar mal…
Recuerdo haberme sentido como «culpable» porque tendría que darle menos atención y hasta el momento ella era el foco de todos mis besos y amor. Esto se intensificaba por que habían personas que decían que “tuviera cuidado porque podía atacar a la guagua por celos», que tenía que “acostumbrarla a dormir en otro lugar porque podía enfermarla», incluso recuerdo cosas como “cuando nazca dejarás de tener esa obsesión por tu perra y pasará a segundo plano». En fin, hubo muchos comentarios de ese tipo, sin embargo, confieso que estaba más preocupada de cómo iba a integrar a la Amarita en lo que se venía (con el menor sufrimiento posible) y poder disfrutar todos de la llegada de esta nueva personita.
Así, empecé a leer sobre la «llegada de un hij@ y los perros», me informé y empecé a «preparar el momento» simbólicamente, haciéndola partícipe del crecimiento de mi guatita (ella dormía muy pegada a mi e iba sintiendo cómo se movía la Olivia), le contaba que era su hermana y que cuando naciera, juntas íbamos a apoyarnos en todo lo que venía. Pensaba, y lo he confirmado, que la naturaleza es impresionantemente sabia y que el instinto maternal de protección iba a aflorar tanto en ella como en mí y así, todo iba a fluir. Creo que Amara percibía cambios hormonales con su olfato, observaba los movimientos de mi guata y se acurrucaba a dormir pegadita a «nosotras»… Fueron meses muy especiales en donde se produjo una triple fusión entre los mamíferos Mamá, Olivia y Amara. Estuvo muy regalona y protectora en el embarazo. Al noveno mes, armé la cuna con el papá y la hicimos parte de todo el «show», le mostrábamos los juguetes de la guagua, la metimos en la cuna y ella movía su colita feliz!
Cuando llegó el gran día y las contracciones se hicieron notar, fui a dejarla con su comida, mantitas y peluches donde nuestros amigos vecinos, quienes la cuidaron durante la estadía en la clínica. Mi pareja iba a verla en las tardes y le llevaba ropa de Olivia para que sintiera su olor y así, fuera más gradual todo.
Al llegar, las presentamos como dos desconocidas, y le dije efusivamente: Amara, llegó la Olivia, tu hermanita! le dimos algo de comer rico y asoció ese momento a alegría! Al principio estaba como triste y pendiente de cada respiro de la guagua, era como “me siento invadida pero algo hace que tenga que estar pegada a ti y cuidarte”. Al pasar los días, volvió a ser la misma perrita alegre pero con doble misión guardiana!
Podría seguir horas contando detalles del proceso, pero como sé que debo sintetizar, sólo me queda decir que desde el día que nació mi hija humana no sólo cambié yo, sino que mi amor y admiración hacia la Amara se multiplicó! La recibió con una humildad tan bella que mis ojos se llenan de lágrimas al recordarlo… se notaba tanto que le daban unos celos tremendos que llegara la Olivia pero su instinto protector y curiosidad era más fuerte y sólo se remitía a cuidarla, ponerse a su lado todo el día y darle besitos (que a mi abuela le “encantaban”). Era divertido por que al principio “seleccionaba” las visitas y cuando alguien era brusco o desconocido, ladraba para que no se acercaran.
Hoy, mi hija humana tiene casi 10 meses y NUNCA se ha enfermado (ni resfrío, nada de nada) y duerme en la misma cama con su hermana Amara, la que se suponía podía transmitir infecciones, morderla, etc. Entre ellas se adoran! Juegan mucho, la Amara le lleva sus monitos a la Olivia y ella al verla se ríe a carcajadas! Están en contacto a diario y confío plenamente en que jamás le haría algo malo, incluso tolera las manitos de la Olivia que a veces le tira sus orejitas y ella se deja! La Amara le da besitos como si fuera su cachorra y a la Olivia le encanta!
En resumen, soy una mamá feliz y orgullosa de tener dos hijas tan maravillosas. Entre ellas se complementan y ahí no existe raza, edad, nada…sólo sus dos cuerpecitos chiquititos, sus inocencias, curiosidades y ganas de jugar y vivir pequeñas grandes experiencias. Ojalá mi experiencia le sirva a alguna futura mamá que esté con dudas al respecto. Confíen en el instinto gregario de sus perros, recuerden que ellos son plenos constituyendo manadas y si a eso le sumamos una “ayudita conductual”, todo fluirá.
Y así, haga frío o calor, el paseo diario es con mis dos niñas juntas: una es larga, con correa y cuatro patitas cortas que suenan al caminar, la otra, blanquita, una niña de ojos tiernos y luminosos.
Sin dudas, me siento afortunada de tener el privilegio de poder ver cómo interactúan y se desarrollan en esa relación de amor, cuidado, inocencia y entrega… Gracias a la vida por esto y gracias a ti Amarita por ser mi hermosa gordita “hija perro”.
TE AMO AMARA
Mamá: Catalina Mena
Hija: Olivia
Perro: Amara
Fotos por: Alejandro Gigoux
Catalina Mena Flühmann.