Texto escrito hace unos años, cuando pololeaba con Javi. Ahora estamos casados, soy el papá legal de Emma y tenemos una nueva hija, Juliette.
Trabajo con niños a diario y sé que la paciencia es la única y verdadera clave para poder llevarlos hasta donde uno quiere. Con Emma no fue distinto, aunque ella me lo puso fácil. Me acuerdo esa primera vez que nos vimos en el Pueblo Artesanal de Los Domínicos. Era toda una guagüita apabullada por los “cocós” y los “miaumiaous”. Apenas hablaba, pero ya se le adivinaba ese carácter que la hace tan especial. Enseguida entendí que podría llegar ser la figura paternal que necesitaba. Claro que no faltaron los momentos en que nos hacía pagar a su mamá y a mi, nuestro amor y cariño. Sus llantos fueron y siguen siendo su arma letal para que su mamá siga siendo suya y solo suya, aunque sea un ratito. Pero hoy, cuando su madre la reta me busca a mi para que le de cariño y cuando se asusta porque ladra el perro del vecino, que pasan las bicicletas a su lado o porque los de al lado están taladrando, se agarra fuerte a mis pantalones. Escuchar sus gritos por la casa con un tierno “Piercitooooo” me llena el corazón y avivan mi alma.
De a poquito con Javi le dimos de entender que yo podría ser su papá si ella así lo quería. ¿Te acuerdas Javi, esa tarde en Maitencillo frente al mar, mientras soplaba el viento y se rompían las olas, le preguntamos si ella quería que yo fuese su papá? Nunca te lo dije, pero, ese momento, es el regalo de cumpleaños más lindo que me hicieron en mi vida. Así, varios meses atrás ella ya tenía claro en su mente que yo sería esa persona si ella así quisiese. De ahí en adelante yo tendría que lograr que ella me aceptase como tal.
Salió todo natural… de repente la estaba mudando más a menudo y hacía que cada momento que pasáramos juntos tuviese algo especial: una expresión (la exclamación de sorpresa cuando le quito el pañal), una referencia (hacer el gesto de un gorila cuando Emma llega a la casa y yo abro la puerta del otro lado), un show (como cuando sale del baño y se transforma en un “pececito lindo”), un lugar a mi lado cuando cocino, acompañarla en su vida de niña (buscar caracoles y bichos, darle cariño a las plantas, saber domar los gatos, enseñarle a columpiarse, entre muchas otras cosas). Tampoco lo hubiese conseguido sin la ayuda de su “mamita linda” que colaboró en detalles fundamentales, como por ejemplo, en explicar que ya no era la cama de la mamá, sino que la cama de “los papás”. También importante fue su capacidad en observar cómo eran las familias de sus amigas y que de repente, cuando llegaba el papá de la Rosario a jugar al patio, hacía lo mismo que su Piercito: enseñarle a columpiarse.
Y así, un día mientras ella me columpiaba a mí (si… así es la Emma!) me dijo: “Yo estoy haciendo como mi papá”, refiriéndose a que ella me daba vuelo al igual que yo con ella unos minutos antes. En la noche, mientras se le iluminaba la cara porque le traía su comida, ya gritaba “mi papito me trajo mi papaaaa”. Y ahora cuando alguien le pregunta quién es su papá, ya no le cabe duda y responde ¡Piercito!