Sabor dulce, desde temprana mañana. Puede caer lluvia a fuera, pero adentro de la pieza siempre hay un rayito de sol. Preguntale a cualquier padre, que la mirada de sus hijos, al despertar, no tiene precio.
No digo que todas la mañanas sean felices. Imagínense que, con Emma, mi hija mayor, pasamos mucho tiempo levantándonos a las 6 de la mañana para ir al colegio (luego nos mudamos más cerca). Para mí, un hombre joven de 28 años, no era mayor problema, pero no así para ella. A los 4 años, ella tenía que seguir toda una organización. Después de vestirla, le tenía preparado su desayuno, frente a los monitos de la tele (ya se, “shame on me”!). Mientras yo me duchaba, Emma comía sus cereales y luego solita iba a lavarse los dientes. Cien veces, habré salido del baño y ella estaba esperándome, lista para salir al ascensor y bajar juntos al auto. Otras cien veces, se quedó dormida en el sofá. Y otras cien veces me habré atrasado yo. Al final, a pesar de haber peleado muchas veces en la mañana, por no haberse lavado los dientes o porque se manchó la ropa con el yogurt, estos momentos quedaron para nosotros como un recuerdo dulce.
El lazo de amor que nos une – nosotros los padres, con nuestros hijos – es del todo único. Creo que los hombres lo vivimos de una forma distinta a las mujeres. Empezando por el mero hecho que no salieron de nuestra guata. Las mujeres siempre tendrán nuestro respeto absoluto (al menos el mío) por traerlos al mundo. Me acuerdo que cuando estaba acompañando a mi pareja durante su embarazo, me convertí en su escudo. Para mí fue como sentir la primera patadita. Por primera vez había un “ellos” que dependía de mi. Yo tenía que protegerlas, no por ser “el macho”, sino porque yo era el único que estaba en posición de hacerlo.
Soy de los que piensa que el machismo nace de la incapacidad del varón en dar vida. Imagínense, hace cuarenta y cinco mil años, cuando el hombre de las cavernas, sin ningún entendimiento científico, se dio cuenta de que la hembra sí podía traer al mundo a otro ser. Desde entonces, los hombres trataron y lograron someter a las mujeres, para que este poder que solo ellas tienen, quede bajo control de ellos.
Por suerte, los tiempos cambian. Las mujeres, tras años de lucha se han liberado. Ipso facto, también liberaron al hombre de su cortapisa. Ya no está obligado en ser el que trabaja mientras ella cuida a los niños. De a poco, el hombre se destapa y su papel como padre evoluciona. Para mí, el primer paso ha sido buscar el equilibrio en las tareas domésticas, el cual depende de cada familia. En la mía por ejemplo, yo soy el encargado de cocinar (me encanta, a ella no) y Javi se dedica al aseo (le encanta, lo odio). Con nuestras hijas, soy yo quien lleva a Emma al colegio en la mañana, mientras su mama le lee el cuento en la noche. Con Juliette, yo le doy la comida, ella la baña. Y así vamos, tratando de revolucionar un orden predeterminado por los códigos definidos por nuestra sociedad.
Al final, no creo que sea tan importante calificar o no, la paternidad como una nueva maternidad. Solo importa el hecho de que somos cada vez más numerosos los papás que nos encontramos en los parques, haciendo la compra en el supermercado, yendo al pediatra o simplemente, que se levantan antes que todos para preparar el desayuno para nuestra familia.
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