Me debía a mi misma esta nota. Saber que cada vez que quisiera leer algo lindo que me haya pasado, poder tener cerca esta lectura. Poder recordar ese día y revivir cada momento con el contraste de hace algunos años. De estar sola, a estar acompañada. De tener a mis papás como principal motor en mi vida y ayuda en mi maternidad, a tener a alguien que quisiera compartir esta experiencia conmigo. De tener una, a tener dos. De vivir un parto sola, a uno acompañada. Tantas cosas que reviví el día de mi matrimonio.
Sé que para muchos este día es un ritual que se puede vivir, no vivir, hacer moderado o hacer con harta fiesta, con poca gente o con mucha. Para nosotros, donde yo jamás pensé que llegaría este día y él jamás pensó que se casaría, era algo que queríamos tener para siempre con nosotros: un recuerdo de por vida y de todo lo que vivimos antes de encontrarnos.
Porque sí, puedo decir que con Pierre ha mi lado he vivido una magia de la vida. Desde el día que nos conocimos, ese primer beso, su ayuda para cambiarme de casa a lo que sería mi vida sola junto a Emma, las sonrisas tímidas el día en que se conocieron, el día en que eligió quedarse con nosotras, el día que decidimos vivir juntos, el día en que mi hija le dijo papá, lo mucho que nos costó en un principio, el día en que vimos juntos el test de embarazo positivo y recibí una sonrisa y un abrazo apretado, un embarazo complicado pero la magia de haber tenido a Juli juntos, y finalmente, cómo hoy todo fluye – con altos y bajos propios de una relación en pareja – pero lo que importa es que es algo que fluye.
Organizar el matrimonio fue una locura. La parte dulce fue elegir el lugar, al banquetero, con quién me haría el vestido, quién me maquillaría, quiénes serían los fotógrafos, el coro y a quiénes invitaríamos. Lo difícil fue que coordináramos los tiempos para dedicarnos full time a todo lo que se necesitaba sacar adelante en poco tiempo.
El lugar yo ya lo tenía en mente y lo que más me importaba era que fuese un lugar en Santiago. Cuando fuimos a conocer la Casa Montt, la decisión fue rápida. Nos quedaríamos ahí, en una casa que recordaba al mundo parisino.
Ese mismo día que fuimos a conocer la Casa Montt, estaban montando un matrimonio, que resultó ser del primo de una prima. Ahí conocimos a Adolfo, de Banquetes y Flores. Nos dio su tarjeta y a las pocas semanas estábamos en su casa contándole lo que queríamos. Él, un amante de Francia, estaba demasiado emocionado de tener un novio francés y de poder por fin tener comida de ese país. Y en la decoración y todo lo que eran las flores, estábamos sincronizados.
El vestido ni siquiera tuve que pensarlo. Mi linda amiga Monona (Vestidos Ángeles Tormo) era la indicada para hacerlo y el tiempo que pasé con ella entre las pruebas y arreglos, fue el desenlace de una linda amistad.
Lo mismo pasó con el maquillaje y pelo, a cargo de mi otra linda amiga Pati Calfio que tuvo santa paciencia para que descubriéramos cuál era el estilo que quería llevar. Estuvimos un día muchas horas en su casa y cuando me puso los labios rojos, me dijo: listo.
¿Y los fotógrafos? Obvio, Marida. Quienes ya nos habían conocido en una sesión, con quiénes tenemos la mejor de las ondas y quiénes sabrían cómo captar todo lo que pasara ese día. Sabia decisión.
Días antes del matrimonio llegaron desde Francia, mis suegros a nuestra casa. A eso se suma que empezaron a llegar desde Francia y España otros invitados de Pierre. ¿Su felicidad? No la podría explicar, sólo sé que el hecho de que sus papás hubiesen venido, sus tíos favoritos y su mejor amigo, hicieron sin duda que ese día lo pasara acompañado con su sangre.
El día del matrimonios nos levantamos temprano. Fue imposible dormir hasta tarde, como lo imaginaba. Tenía un nudo en la gargante y todo pasó muy rápido. Arreglamos todo en el auto y partimos todos juntos a la Casa Montt, donde Pierre se quedaría junto a su familia y amigos, y Kako, de Marida, para empezar las fotos. Ahí se quedaron vistiendo todos juntos y practicando los siguientes pasos.
Yo me fui con las niñitas a la casa de mis papás. Ahí nos vestiríamos todas. Llegaron Monona, Pati y Celeste, junto a mis papás e hijas, y lo pasé demasiado bien con este trío de féminas y el grupo. Y así partió mi mamá junto a mi hermana y las niñitas, a acompañar a Pierre en la iglesia. Se veían tan lindas, de rojo, expectantes.
Y de repente llegó mi momento. Me subí al auto que manejaría mi cuñado, muy nerviosa, con muchas ganas de llorar y sin poder hacerlo por el maquillaje, con mi papá a mi lado diciéndome que estaba incluso más nervioso que yo. Llegamos a la iglesia a los 5 minutos y había mucha gente esperando afuera. Me vieron llegar, todos entraron y escuché como sonaba la canción que habíamos elegido para la entrada de Pierre junto a las niñitas: Over The Rainbow. Maravilloso.