Hay muchas razones por las cuales ser profesor es una gran profesión. Una de ellas, es que uno está de vacaciones con su hijos. Eso permite pasar tiempo con ellos y además reforzar ciertas cosas que no andan bien.

Antes de salir de vacaciones, la profesora de mi hija me llamó la atención sobre las dificultades que podía experimentar Emma con la numeración. Me dio a entender que seria bueno trabajar los números durante las vacaciones. Entonces es cuando por primera vez se cruzaron mis funciones de papá y profesor. Y como pueden imaginarlo, no resultó ser nada fácil.

Cuando estoy en mi sala con mis alumnos, tengo un estatus, una posición que hace que los niños me respeten y escuchen. Ninguno se atrevería a contestarme, menos discutirme que si tengo o no la razón. Pero por supuesto, para Emma yo soy su “papito“, y por mucho que estemos sentados frente a la pizarra, ella no siente ningún reparo a contestarme “noooo, tu no sabes, papá!”.

Obviamente al principio resulta gracioso escuchar a mi propia hija explicarme como yo no sé francés, y que ella sí sabe decir los números en ese idioma. Sin embargo, cuando la tozudez de mi hija persiste, se pone a prueba mi paciencia, y es cuando experimento por primera vez el ser “Papá Profesor”.

Ser el papá profesor tiene su proceso. La verdad, es como volver a empezar de cero. Los trucos que uso con mis alumnos no resultan tener el mismo impacto con mi hija. Del mismo modo que sus reacciones me hacen usar recursos distintos. Me refiero sobre todo al lado afectivo, porque por ejemplo, mis alumnos nos esperan de mí un abrazo o un beso. Para ellos, mi simple aprobación ya es una satisfacción. En cambio, mi hija exige que entre el número 3 y 5 haya un abrazo, y ojo que si después del 6 no tiene su beso, no cuenta más! Trato de ponerme firme, pero eso sólo le provoca frustración y lágrimas, por lo que tengo que ceder. Al final, me doy cuenta que ella no es mi alumna, sino mi hija.

De los días que llevamos de vacaciones, en todos hemos trabajado. Debo decir que nunca trabajé con niños tan chicos, por lo tanto es un poco difícil para mi saber lo que puedo esperar de ella. El primer día yo quería llorar mientras ella lloraba. No lograba concentrarse, y yo no sabía por donde tomarla. No entendía lo que estábamos trabajando y sólo le interesaba ver pasar a los autos por la calle.

El segundo día se notaba que ya sabía qué es lo que esperaba de ella. Todavía no tenía claro cómo resolver el problema que le preguntaba, pero al menos lograba concentrarse un poco más. Al menos duró hasta que pasó la carretilla con los caballos. Y ayer por fin logró resolver buena parte del ejercicio y se concentró bastante más. Hoy por primera vez, tuvimos una clase sin frustraciones, llena de alegría, concentradita, y el ejercicio le resulta cada vez mas fácil.

Así pues seguimos todos los días nuestro ritual de la tarea. Tengo la suerte de tener una hija que no se arruga delante la dificultad, y que a pesar de haberlo pasado mal, quiere volver a repetir la experiencia. A sus años ya experimenta la perseverancia.

Para terminar quisiera dejarles unos tips:

1. Si pueden, trabajen por las mañanas, después de las 10 y antes de las 12, que es cuando el cerebro de los niños estas más activo.

2. Nunca hagan que la tarea dure más de 15 o 20 minutos.

3. Encuentren un ambiente que favorezca la concentración.

4. Sean exigentes con esto: no importa que uno se equivoqué, pero hay que concentrarse y tratar lo mejor posible.

5. Y lo ultimo paciencia, repitan la experiencia y verán como día a día, paso a paso…¡estos chicos los sorprenderán!

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